Vive coño, que te vas a morí
Vive coño, que te vas a morí, rezaba una fotografía. Una pared clara. Letras en rojo.
Impactó en mi retina como el ruido que hace un árbol en el bosque al caer. Cayó sobre mí una piedra, una roca enorme que cae de la montaña.
Vive. Vive. Repito las palabras en mi mente.
Que te vas a morí. Que te vas a morí. Vive.
Hay cosas que no quiero.
No quiero los atascos de las ocho de la mañana entrando en Madrid.
No quiero no sentirme apasionada por lo que hago.
No quiero nada que no me haga vibrar. No quiero nada en lo que no ponga las tripas. No quiero renunciar a la sensación de sentirme ilusionada. ILUSIONADA.
¿Te sientes así?
Renunciar a eso, para mí, es renunciar a la vida.
Es renunciar al arte.
¿Acaso hay vida sin arte?
Quiero el burbujeo de mis tripas la primera vez que me siente frente a un piano y haga sonar una nota.
Quiero la sensación de flotar al entrar en un teatro, mirar al escenario, y saber que va a suceder magia. Joder, VA A SUCEDER MAGIA.
Quiero sentarme muchas veces frente a la pantalla de mi ordenador, cerrar los ojos, y dejar que las palabras salgan.
Quiero llegar a las personas. Conectar. Empatizar todo lo que quepa en mi alma. Quiero sentir la bondad, que es mucha, de este mundo de locos, donde muchas personas eligen ese atasco, eligen no pisar ese teatro, eligen renunciar al piano.
No, no he venido a eso.
No puedo renunciar a todas las notas musicales, o a resignarme a lo que pongan en la radio.
No, no he venido a esto para no ver a personas sentirse flotar en un escenario.
No he venido aquí a renunciar al arte.
Por eso he elegido esta mañana sentarme frente al ordenador, cerrar los ojos, sentir la música de fondo correr por mis venas mientras suelto que QUIERO VIVIR, VIVIR, COÑO, QUE LO DE MORÍ VA A SUCEDER.
No he venido a vivir a medias.